Hablando de homeopatía

Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón.

Mario Benedetti

Ya he hablado en un artículo anterior de los recursos emocionales de los médicos. Al ser un tema a mi modo de ver importante, porque los pacientes es lo que más echamos de menos en la mayoría de nuestras interacciones con los sanitarios, me he permitido hacer una reflexión más profunda.

La medicina como relación. Un encuentro emocional.

Si tuviera que pensar en un momento en el que he vivido la esencia de la medicina, no me acordaría de diagnósticos o tratamientos brillantes. Regresarían a mi mente y corazón tan vívidamente como cuando era un residente primerizo la imagen y la voz de aquel hombre de mediana edad sufriendo por una grave hemorragia digestiva diciéndonos: “¡Esto que hacéis es muy grande, muchachos!” tras agradecer nuestros desvelos por estabilizarle hemodinámicamente para poder ser intervenido quirúrgicamente.

Son experiencias de este tipo, las que proporcionan fortaleza de ánimo y confianza en la utilidad de nuestra labor. La medicina es una tarea de relación entre personas, y no existe ninguna interacción humana en la que las emociones no estén presentes porque, una vida sin la experiencia de la conmoción y de la emoción es una vida sin vida.

Todos poseemos nuestra propia arquitectura emocional en coherencia con nuestras disponibilidades emocionales que componen nuestro repertorio emocional.  Los sentimientos son instrumentos disponibles para relacionarnos con los otros que más que cualquiera de nuestras demás particularidades nos hace únicos, o como diría Spinoza nos singularizan.

Es por tanto lógico pensar que del mismo modo que cada profesional posee sus propias habilidades, conocimientos y actitudes técnicas, es también portador de un instrumental emocional personalizado responsable de que sus consultas tengan diferente colorido que las del resto de sus compañeros. Y los pacientes lo saben, y lo dicen. Y cuando pueden incluso eligen las tonalidades a su propio gusto.

Herramientas emocionales del médico homeópata. Preparándonos a ser “facilitadores” de salud.

Analicemos algunos de los instrumentos emocionales que a mi juicio serían valiosos y nos facilitarían la hermosa tarea de pasar la consulta del día a día.

  1. La paciencia. Es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, capacidad para hacer cosas minuciosas, saber esperar. Es, el primer recurso emocional del médico, indispensable para abrir la puerta a una relación terapéutica fructífera, ya que no podemos escuchar sin ella, y sin escucha no hay posibilidades para la empatía.

La paciencia nos permite mantener la posesión de nuestra alma y abrirla a los demás. Para el cuidado de esa preciada esencia que es la salud y la comprensión del dolor y el sufrimiento ajeno; nada más íntimo, delicado y necesitado de cuidados, es fundamental desarrollar la inmutable tranquilidad de relojero ante las adversidades de la propia consulta o el cotidiano microcosmos que la rodea (familiares, sala de espera, ruidos). También es necesaria para permitir que “el otro” nos cuente sus problemas de forma reiterada, para que se adapte a sus cambios vitales y facilite su restablecimiento emocional.

  1. La confianza es la actitud básica mediante la cual nos disponemos a la interacción como si supiéramos del otro más de lo que podemos saber.

La intención de nuestra actuación y comportamiento es la intimidad misma y por ello la mejor compañía del médico en la consulta es la “soledad” con el paciente para inspirarle confianza técnica y ética. Todos sabemos cómo los pacientes nos “prueban” antes de confiarnos sus mayores preocupaciones tanteándonos con consultas banales previas o como nos solicitan intimidad antes de mostrarnos lo más profundo de su alma. Y cómo nos lo dicen: Es que con usted/contigo se puede hablar…

  1. La compasión es la tristeza por el mal ajeno. Su desencadenante generalmente es el dolor del otro, del que acude a nosotros. F. Savater propone en su Ética para Amador que un principio básico para la buena vida es tratar a las personas como personas, es decir ponernos en su lugar, reconociendo su dignidad y “simpatizando” con sus dolores y desdichas, es decir siendo compasivo. La compasión está relacionada con todas las capacidades del médico: consuelo, alivio y curación de manera significativa. El sentimiento básico que hace posible esa comprensión e identificación de las emociones ajenas es la empatía, definida como la capacidad de compartir el estado emocional de otra persona y comprenderla. (Ponerse en su lugar). Desde una vertiente terapéutica Rogers define la comprensión empática como la captación precisa de los sentimientos experimentados por el paciente y de los significados que éstos tienen para él y, una vez captados comunicárselos, mientras que M. Balint entiende la empatía en medicina como una forma de capacitar a los médicos para reconocer y comprender las dolencias de sus pacientes, no solo en función de las enfermedades, sino también de sus conflictos y problemas personales, para utilizar luego esta comprensión con fines terapéuticos. Este autor, cuyas experiencias fueron continuadas por su esposa E. Balint marca un importante punto de inflexión en la valoración global del paciente, desde un punto de vista biopsicosocial, dos décadas antes de la propuesta por parte de Engel de este nuevo paradigma en medicina.

La empatía, pasa a formar parte de las herramientas de trabajo del médico, que entiende el nuevo modelo de comunicación en la consulta, la comunicación centrada en el paciente. Este cambio conceptual, que da un giro en el protagonismo de la entrevista clínica, parte de las primeras experiencias, se desarrolla posteriormente en la escuela inglesa y canadiense y en nuestro país en el seno del grupo Comunicación y Salud de semFYC.

Existe un componente innato y un componente adquirido para la empatía, predisposición y aprendizaje. La empatía sería para el médico una aptitud técnica que requiere un aprendizaje teórico y práctico, imprescindible para una buena relación terapéutica, que complementa la actitud humana de ayudar al que sufre. Necesitamos probar que la compasión no es un lujo sino una necesidad básica de los sistemas sanitarios.

  1. La serenidad nos permite ajustarnos al momento, tensar las cuerdas tanto como sea necesario para mantener el tono apropiado de la interacción. El buen temple se ajusta al momento y la situación. A veces flexible, a veces rígido, más lento o más rápido, dependiendo de las circunstancias. Un ambiente sereno favorece la comunicación y la comprensión por parte de médico y paciente del objeto del encuentro, así como las posibles limitaciones del terapeuta para ser una ayuda, y dificulta el desacuerdo, la desconfianza y el incumplimiento de los tratamientos. Transformemos nuestra consulta en un espacio cálido y sereno.
  2. La asertividad es el desempeño pleno y con seguridad de nuestra tarea y por ello se convierte en una herramienta imprescindible de comunicación con nuestros pacientes. Seguridad para manejar la incertidumbre propia de cada consulta, para transmitir confianza en nuestra capacidad diagnóstica y propuesta de tratamientos, y para manejar sin alterarnos las situaciones difíciles que se generan en la consulta. Nuestros pacientes vuelven a visitarnos cuando han tenido la impresión de que otro médico o nosotros mismos no les hemos transmitido seguridad en lo que hacíamos y dejan de venir a vernos si pierden esa confianza en nuestra capacidad de saber lo que “nos traemos entre manos”. Esta seguridad básica en nuestros actos dependería de la combinación de la calidez y el control de nuestras emociones.
  3. El respeto es el sentimiento adecuado a todo lo valioso, y nada hay más valioso que la persona humana. Trabajamos con y para las personas y es requisito imprescindible para ayudar tener presente la dignidad del otro independientemente de las posibles diferencias socioculturales que puedan existir. Mantengamos un respeto activo, porque del brotará el cuidado. Respeto desde la consideración de las creencias, opiniones, y actitudes del paciente, y su derecho a disentir de lo que le proponemos. Recordemos que no estamos en posesión de la verdad, porque la verdad no es patrimonio de nadie.
  4. La creatividad como capacidad de crear algo valioso que no existía en nosotros o nuestro entorno amplía nuestras posibilidades, resuelve problemas y fructifica como una sensación de alegría con nuestra tarea.

Seamos creativos en nuestra consulta, en la sala de espera, en la relación con los demás. Evitar la monotonía es la mejor manera de estar satisfechos con nuestro trabajo. Nada se hace bien sin alegría. La alegría es un gran recurso porque amplía las capacidades y se relaciona con la actividad. Cuando el hombre siente su propio poder se alegra decía Spinoza. La alegría nos expande porque potencia, fertiliza, permite crear.

  1. La diligencia. En el país de “vuelva usted mañana” la diligencia suele gozar de pocas simpatías, sin embargo, es una importante capacidad comunicacional por estar relacionada con la fortaleza (capacidad de atreverse y resistir) imprescindible en nuestras masificadas consultas, y la creatividad como sabiduría del tiempo. Ser diligente, ser capaz de resolver los problemas de hoy se relaciona conceptual y etimológicamente con el amor a la tarea que desempeñamos. Nuestros pacientes nos agradecen cuando nos adelantamos a visitarles, telefonearles o gestionar eficazmente sus problemas, incluso cuando no lo esperan de nosotros.
  2. La justicia tiene un aspecto contable que atiende a la equidad, equidad en los servicios que prestamos, en el cuidado de todos sin diferencias; y otro creador que amplía los derechos (nuevos servicios y prestaciones). Debemos esforzarnos en prestar una atención sin diferencias y sin limitaciones en nuestra oferta de servicios. Justos cono el paciente, con la sociedad y con nosotros mismos. Equitativos en el tiempo y las atenciones. Justos, por ejemplo, al recetar o al tramitar una baja, justos con el paciente y con la sociedad.
  3. La sabiduría se define como el “talento para hacer las preguntas adecuadas y buscar buenas respuestas”. Necesitamos saber tanto en el ámbito técnico como en el comunicacional y en el emocional.

Supongamos que visitamos a un paciente con una neoplasia avanzada que presenta dolores por metástasis óseas. Buenas preguntas serían, por ejemplo: ¿Cuál es el mejor fármaco para el dolor de pacientes oncológicos con metástasis óseas?, ¿Cómo podemos comunicar la situación clínica del modo más útil y menos doloso para el paciente? o ¿Cómo podemos conocer sus emociones y modularlas en su propio beneficio? Estaremos de acuerdo en que la respuesta a estas tres preguntas será pertinente, pero pensaremos en un ensayo clínico para responder a la primera. ¿Y las otras dos? Experiencias como las de R. Buckman o Kübler-Ross. nos permite mejorar nuestra capacitación para comunicar malas noticias y comprender, compartir y modular las emociones en pacientes terminales respectivamente. Tenemos datos, estudios, experiencias, debemos por tanto con Hahnemann atrevernos a saber.

  1. El sentido del humor. Sin olvidar la seriedad de nuestro trabajo siempre que podamos riamos. Reírnos nos ayudará a soportar mejor las tensiones, a ser más nosotros mismos, a humanizar nuestra tarea. Reírnos de nosotros mismos, reírnos con el paciente. Porque los chistes, las anécdotas, las complicidades son parte importante de nuestra relación, momentos de vida compartida.

El aprendizaje emocional.

¿Podemos aprender a comunicarnos con nuestros pacientes y ser más eficaces emocionalmente?

Resulta sorprendente que la habilidad técnica más importante para un médico, la comunicativo-emocional no forme parte de nuestro aprendizaje, mientras dedicamos horas a conocer enfermedades y síndromes de dudosa utilidad salvo la de salir airosos en exámenes tipo test.

Actualmente disponemos de múltiples pruebas de que las herramientas comunicacionales deben ser enseñadas, pueden ser mantenidas en el tiempo una vez adquiridas y se relaciona con una mayor satisfacción de los pacientes que consultan con médicos que las poseen y mejoran los resultados clínicos.

Experiencias de aprendizaje basadas en modelos comunicacionales y psicoanalíticos han demostrado las grandes posibilidades de mejorar nuestras habilidades comunicativas y emocionales, así como una mayor satisfacción con el trabajo realizado. Desde las pioneras de Balint en los años 50-60 a las más recientes es patente que los “buenos” médicos se comunican con sus pacientes de modo más efectivo. El aprendizaje de la relación médico-paciente ayuda al médico a comprender los movimientos emocionales de sus pacientes, a conocer el dolor, la frustración, las satisfacciones y expectativas de los pacientes y por ello es necesaria una formación que incluya las implicaciones emocionales inherentes a la práctica clínica.

E. Kübler-Ross reflexionaba hace décadas sobre la necesidad de un aprendizaje emocional en los profesionales sanitarios: “Si fuéramos capaces de transmitir a nuestros estudiantes el valor de la ciencia y de la tecnología al mismo tiempo que el arte y la ciencia de las relaciones interhumanas, del cuidado humano y total del paciente, este sería un verdadero progreso”.

Múltiples son las propuestas para médicos en ejercicio, desde los grupos Balint, a otras experiencias de aprendizaje a través de sistemas docentes que ayuden a recuperar y fomentar el humanismo de los médicos mediante el análisis emocional de los contactos con pacientes con enfermedades crónicas o invalidantes, los juegos de roles, la lectura y comentario de textos literarios o películas.

Los “grupos de humanización” y de “autoayuda” nos permiten mejorar el control emocional, tolerar mejor la frustración, aceptar nuestras limitaciones y ser más flexibles ante situaciones estresógenas. Todas ellas son puertas abiertas a una formación permanente de los médicos para mejorar nuestra capacitación diagnóstica y terapéutica.

Aprendamos, mejoremos nuestra capacitación porque podemos ser de mucha ayuda si empleamos nuestras mejores “drogas”, la escucha, el contacto, la comprensión empática, que permiten al paciente compartir su carga, el contagio de emociones positivas que favorezcan la autoconfianza y autoayuda del paciente y el conocimiento de que el proceso cognitivo (mi enfermedad, mi dolor, mi percepción de minusvalía…) se puede modular y modificar por las emociones.

Y empleemos el método homeopático, una herramienta magnífica en el análisis y compresión profunda de los sentimientos del paciente. Un método, que nos permitirá ser más eficaces en el uso del medicamento llamado médico y de los medicamentos destinados a restablecer el equilibrio y la salud del paciente, los medicamentos homeopáticos.

 

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